Con las medidas arancelarias extremas de Trump —que han causado vaivenes violentos en las bolsas de valores, favoreciendo a algunos especuladores y con daños pasajeros a otros— muchos gobiernos pretenden hacer aparecer el régimen de “libre” comercio y los tratados comerciales como si fueran algo positivo, porque implicarían una supuesta limitación a los aranceles de los países involucrados.
En ese contexto, es importante recordar que los tratados de libre comercio, tanto en su matriz general en la Organización Mundial de Comercio (OMC) como posteriormente en las reglas de los más de 250 tratados comerciales que siguieron el “modelo” Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), han sido instrumentos claves para el despojo de recursos naturales y la explotación laboral en los países del Sur global a manos de empresas transnacionales, la mayoría con sede en países del Norte global, pero también con empresas y gobiernos del Sur, como China.
Estados Unidos siempre ha usado el comercio internacional como presión para favorecer los intereses de las grandes empresas y los ricos: para acceder a recursos naturales y mano de obra barata, establecer normativas que crearon un cerco adicional a sus oligopolios de mercado, favorecer el despliegue de sus nocivas tecnologías, trasladando los impactos de su uso pero no su control. Trump continúa con la misma filosofía, con medidas que aparecen disruptivas de esa “normalidad” comercial, pero siguen reafirmando las ventajas de los más ricos y sus empresas y la impunidad en el despojo de recursos. Las escandalosas medidas que toma como reacción a la preponderancia de China y algunos países asiáticos en el control de importantes sectores en manufactura, tecnología y recursos estratégicos como minerales y tierras raras, crean caos en las bolsas financieras, pero también les generan a sus amigos millonarios nuevas ganancias con la especulación.
«Es absurdo pensar que el status-quo de los tratados de libre comercio es o era algo que protegía a los países del Sur o mucho menos, a las necesidades de sus poblaciones»
Si bien las medidas arancelarias y otros decretos de Trump han resultado en un aumento de las tensiones geopolíticas y en impactos directos a mucha gente trabajadora que son la parte más explotada de las cadenas de comercio, es absurdo pensar que el status-quo de los tratados de libre comercio es o era algo que protegía a los países del Sur o mucho menos, a las necesidades de sus poblaciones.
Desde la década de 1950 las empresas transnacionales buscaron imponer a través de sus gobiernos sede alguna forma de tratados bilaterales de inversión, para proteger las “inversiones” de las corporaciones transnacionales, fundamentalmente los negocios de las antiguas potencias coloniales en los nuevos estados independientes. Era una forma de protegerse contra la expropiación, aunque ésta fuera por interés público. Esos tratados proliferaron en las décadas de 1980 y 1990, también alimentados por la rotura de bloque soviético. Hasta el presente siguen existiendo estos injustos tratados, así como mecanismos internacionales de resolución de demandas, que se crearon ya no sólo para evitar expropiaciones, también para invalidar que los estados pudieran establecer leyes o normativas por razones de salud, ambientales o en general de interés público, que interfirieran con las inversiones de las corporaciones transnacionales.
El modelo de tratados de “libre” comercio establecido con el TLCAN, que se firmó en 1994 (renegociado y nombrado T-MEC en 2020), estableció un marco mucho más amplio. A la protección de inversiones, que se reafirmó con cláusulas que permitieron a las empresas demandar a los estados directamente, se agregaron diversos capítulos para ampliar la protección de las ganancias empresariales. Por ejemplo, la obligación de los países de suscribir tratados de propiedad intelectual, no solo industrial, sino también de seres vivos, semillas, etc, para facilitar la expansión de semillas híbridas y transgénicas.
Sus capítulos de agricultura liberalizaron el comercio agrícola y alimentario al tiempo que desarmaron la protección de políticas públicas de los países en asimetría de poder en los tratados, como México, dejándolos en mayor dependencia alimentaria.
Se establecieron capítulos de “armonización” de legislaciones, para cortar las normativas por el mínimo común denominador, y/o imponer normativas que permitan el comercio y venta de productos nocivos permitidos en otros países del tratado. Se promovió la desregulación ambiental y laboral, que los países, como México en el TLCAN, ofrecieron como “ventaja comparativa” para las inversiones de las empresas.
«Los capítulos de agricultura de los tratados de libre comercio liberalizaron el comercio agrícola y alimentario al tiempo que desarmaron la protección de políticas públicas de los países en asimetría de poder en los tratados, como México, dejándolos en mayor dependencia alimentaria»
Se crearon cláusulas para impedir las llamadas “barreras no arancelarias al comercio”, por ejemplo políticas nacionales de competencia para privilegiar el bien público, regulación de compras públicas, estándares sanitarios y fito-sanitarios.
Objetivamente, los tratados de libre comercio, se constituyeron como lo llamó el Tribunal Permanente de los Pueblos capítulo México en relación al TLCAN, en un mecanismo institucional de desvío de poder: las normativas son contra el interés público y las necesidades de las poblaciones, garantizadas por los estados, violatorias de los derechos de los pueblos, pero no de las leyes.
Las medidas de Trump no son contrarias a esta destrucción sistemática de soberanía de los países del Sur, siguen centradas en afirmar la dominación de empresas y supermillonarios de Estados Unidos en el mundo, acceder a los recursos que requieren y despojar los países con impunidad.
Los países asiáticos y Europa insisten en presentar los tratados comerciales como alternativa, en una nueva ola de vender esta receta explotadora, ahora a nombre de la multipolaridad.
«Las medidas de Trump no son contrarias a esta destrucción sistemática de soberanía de los países del Sur, siguen centradas en afirmar la dominación de empresas y supermillonarios de Estados Unidos en el mundo, acceder a los recursos que requieren y despojar los países con impunidad»
El desafío sigue siendo seguir pensando y organizándose desde abajo para la autonomía, la soberanía alimentaria, la justicia social y ambiental, las diversidades y para reafirmar la relación de respeto e integración con la naturaleza, para construir y reconstruir comunidad en todas partes.