Mientras que los agricultores bloquean las principales autopistas de París, las acciones locales se multiplican y el gobierno gana tiempo implementando algunas medidas para contener la rabia. Entrevistamos a Morgan Ody, horticultora de Morbihan, miembro de la Conféderation Paysanne y coordinadora general de La Vía Campesina.
LM: Hemos visto en estos últimos días las alcaldías cubiertas de estiércol y en fuego, empresas incendiadas y camiones “extranjeros” volcados por tractores, sus mercancías esparcidas o quemadas sobre el asfalto. Es un gran caos, incluso se han hecho el llamado a cercar París y a rebautizar el Palacio del Elíseo “Le Lisier” como “El Estiércol”. Sin embargo, detrás de este desastre se esconde algo más: ¿cuál es la dinámica o las tendencias contradictorias de este vasto movimiento, que llega incluso a invadir los parqueaderos de los supermercados?, ¿cuáles son las divisiones o fracturas entre, por ejemplo, la FNSEA (Federación Nacional de Sindicatos de Explotadores Agrícolas), la JA (Jóvenes agricultores), los representantes de otras organizaciones y la CP (Confédération Paysanne)? Más precisamente: ¿A caso este movimiento está dando una vuelta relativamente progresiva de los campesinos y los empleados del agro negocio a la “amarillización” de los chalecos o, por el contrario, tiende hacia la acentuación de las reivindicaciones y consignas reaccionarias?
MO: En la CP no pretendemos tener una idea clara en cuanto a la dirección que toma este movimiento. Sin embargo, pensamos que la historia no está terminada, y por ello se parece a los Chalecos Amarillos. Lo que es cierto es que hay una rabia legítima de los campesinos y agricultores frente a la falta de ingresos en comparación con la carga de trabajo y las dificultades de la vida en general, frente al estrés laboral, el endeudamiento y a veces al aislamiento también. Entonces la rabia es muy legítima e incluso en ocasiones hay expresiones propias, que nos cuestionan, nos inquietan, pero tratamos de compartir la raíz de esta rabia.
El centro de este problema, del sufrimiento, son los ingresos tan bajos, el endeudamiento, la carga de trabajo y la falta de reconocimiento en general
LM: Sobre la dinámica y composición del movimiento, entendemos dos tendencias. Algunos presentan el movimiento como una cosa bastante teledirigida por la FNSEA y los Jeunes Agriculteurs, otros, por el contrario, insisten en el hecho de que las personas movilizadas, lo hacen de forma más bien autónoma e independiente, con sindicatos detrás para canalizar y recuperar la movilización. ¿Cuál es su opinión?
MO: Discutimos bastante entre nosotros y lo que vemos sobre las acciones y los bloqueos en nuestras diferentes regiones es que hay mucha gente que no está afiliada a los sindicatos y que desciende a las calles para protestar, simplemente porque se cansaron. Por otro lado, también hay un cierto número de organizaciones que tienen reivindicaciones precisas y que intentan hacerlas sacar a flote. Lo que nos ha preocupado bastante al comienzo del movimiento ha sido la tentativa de instrumentalización por parte de la extrema derecha, como está ocurriendo en Alemania. Allá, ha habido claramente pequeños grupos de extrema derecha que han impulsado reivindicaciones, en particular contra los migrantes. Ahora, eso no ha tomado mucho en vuelo en Francia, a pesar del hecho que las redes de la extrema derecha que seguían las protestas alemanas intentaron introducir este aspecto xenofóbico. La buena noticia es que no lo han logrado.
Por otra parte, en Alemania, el movimiento comienza como resultado de una baja en las subvenciones al diesel para los agricultores, algo que puede hacer pensar también en los Chalecos Amarillos. En Francia, cuando comienza, estaba más relacionado con cuestiones ambientales, pero en la medida en que todo fue avanzando empezamos a cuestionar nuestros ingresos y lo que nos queda cuando llegamos a fin de mes.
Al principio, la FNSEA apropió muy bien este aspecto medioambiental y lo ha asumido para intentar transformar la rabia en un movimiento contra las medidas ecológicas. Viendo los recientes anuncios del gobierno, hasta ahora, les ha funcionado bien. Pero lo que vemos en la CP, y discutiendo con nuestros vecinos, es que la saturación viene sobre todo del hecho de trabajar enormemente para ni siquiera ganar un salario mínimo. Por lo tanto, no vamos a dejar que el movimiento se lo tomen personas que quieren instrumentalizarlo contra las medidas de transición ecológica, la migración u otros temas. El centro de este problema, del sufrimiento, son los ingresos tan bajos, el endeudamiento, la carga de trabajo y la falta de reconocimiento en general.
En nuestro modelo económico de libre comercio, si no utilizamos los pesticidas dejamos de ser competitivos. Entonces nos encontramos ante esa falsa decisión: suicidarse económicamente o suicidarse con los productos que utilizamos
LM: En la medida en que la producción agrícola francesa ha sido masivamente captada por la lógica agro industrial estas últimas décadas, ¿no parece normal que las reivindicaciones de los agricultores se ciñan a las de esta agroindustria y, por tanto, a las de la FNSEA y que haya un desfase entre sus reivindicaciones y las de la Confédération Paysanne, por ejemplo, que defiende un modelo y un enfoque de la agricultura bastante diferente y opuesto?
MO: Es aún más complejo que eso porque los dirigentes de la FNSEA representan verdaderamente al 1% frente al 99%. Arnaud Rousseau es la caricatura perfecta, es un gran patrón de la agro industria, extremadamente rico, que posee 700 o 800 hectáreas, algo que no es el caso del 99% de los adherentes a la FNSEA. Hay entonces una desconexión cada vez más grande entre esta pequeña élite muy cercana al gobierno, con quien toma decisiones, y las personas, afiliadas a sindicatos o no, sobre el terreno, estén en el modelo bio o no. Puedo dar el ejemplo de mis vecinos, ellos tienen 100 hectáreas y sin embargo están luchando. En Bretaña, por ejemplo, cuando tienes 50 hectáreas, tienes dos opciones: pasarte al modelo bio, pero eso valía la pena hace 5 años, o comprar la granja de tu vecino, tomar 50 hectáreas y poner 50 vacas de más para hacer mayor volumen, trabajar duramente noche y día e intentar mantenerse a flote. La opción bio se vuelve también un callejón sin salida debido a que cada vez tenemos más y más dificultades para vender nuestros productos luego de la crisis del COVID, y los vendemos a tarifas muy cercanas a las del circuito convencional. Por lo tanto, sean cuales sean las decisiones que unos u otros hayan tomado, cuando hacemos parte del 99% compartimos verdaderamente la misma dificultad.
Desde luego que hay preguntas serias sobre los productos que utilizamos. En nuestro modelo económico de libre comercio, si no utilizamos los pesticidas dejamos de ser competitivos. Entonces nos encontramos ante esa falsa decisión: suicidarse económicamente o suicidarse con los productos que utilizamos. Concretamente, sabemos que al utilizar los pesticidas tenemos una probabilidad muy alta de caer enfermos. Eso no se dice mucho en los campos, pero se sabe; cuando tomamos el circuito de los pesticidas, sabemos que tenemos grandes probabilidades de morir entre los 55 y los 65 años.
Es por el hecho de estar atrapados en estas dos alternativas que algunos llegan a defender el glifosato o los embalses de riego. Lo que nosotros decimos es que la única solución, es salir de los acuerdos de libre comercio y de la imposición de ser competitivos a escala mundial.
Son los grandes grupos de la distribución los que determinan cuanto debemos ser pagados, incluso si su estimación de costos no tiene nada que ver con la realidad
LM: Mediáticamente, el movimiento se presenta esencialmente en un pulso con el gobierno, pero ha habido también numerosas acciones realizadas contra la gran distribución…
MO: Si, hay que entender que detrás de los acuerdos de libre comercio, existe la cuestión de los precios. Nuestros ingresos dependen evidentemente del precio al que vendemos nuestros productos. Hace 5 años Macron había hecho unos anuncios con relación al bloqueo de estos precios que suscitaron cierto entusiasmo, incluso en CP; finalmente tuvimos las leyes Egalim, con la excepción de que el gobierno dejó a los sectores de la distribución la posibilidad de negociar los costos de producción, y con ello el precio que consideraran pagar a los campesinos. Son los grandes grupos de la distribución los que determinan cuanto debemos ser pagados, incluso si su estimación de costos no tiene nada que ver con la realidad.
Existe por lo tanto una rabia contra la agro industria y la gran distribución, pero es así también porque el Estado nunca les ha presionado para que den el brazo a torcer. Tenemos un muy buen contraejemplo en España, donde ahora existe una ley que se llama la ley de cadenas alimentarias, que ha sido impulsada por las organizaciones campesinas. Es una ley que surge con el mismo objetivo que en Francia: ninguna venta de productos agrícolas bajo los costos de producción, con la excepción que allá la dotan de medios para hacerla aplicar. Los costos de producción son establecidos y analizados por un observatorio público, y están basados sobre las cifras reales del campesinado. También existe la posibilidad para los agricultores de denunciar, incluso anónimamente, a sus compradores. Forzosamente, eso ha tenido consecuencias verdaderamente positivas sobre los ingresos.
Por todas estas razones es que hay movilizaciones en este momento en los supermercados, y nosotros participamos también, porque, de hecho, están haciendo cantidades enormes de dinero a nuestras espaldas.
Iremos a Bruselas porque se celebra un Consejo Europeo extraordinario y es allí donde se toman las decisiones sobre los acuerdos de libre comercio, las cuestiones de regulación de mercado y de repartición de las ayudas PAC. En la medida en que es Europa la que conduce una política neoliberal y desregula los mercados en beneficio de la agro industria, estimamos que es allá donde debemos ir para mejorar nuestra situación.
LM: ¿Cómo ves la semana de movilización anunciada?
MO: La Coordinación Rural anunció que se dirigiría a Rungis y la FNSEA y los Jeunes Agriculteurs dijeron que convergerían para bloquear París. Nosotros no convocamos porque el discurso que consiste en decir que hay que hacer pasar hambre a los habitantes de las ciudades para que comprendan y nos paguen, nos parece completamente inapropiado. No son los habitantes urbanos y los citadinos el problema, y nos parece peligroso querer oponer a los trabajadores rurales furiosos con los urbanos desconectados. Por nuestra parte, seguiremos movilizándonos esta semana en toda Francia y el jueves iremos a Bruselas porque se celebra un Consejo Europeo extraordinario y creemos que es allí donde se toman muchas de las decisiones. Especialmente las decisiones sobre los acuerdos de libre comercio, las cuestiones de regulación de mercado y de repartición de las ayudas PAC. No somos antieuropeos, al contrario, nos organizamos a la escala europea con españoles, belgas, alemanes, etc. Pero, en la medida que es Europa la que conduce una política neoliberal y desregula los mercados en beneficio de la agro industria, estimamos que es allá donde debemos ir para mejorar nuestra situación.
LM: Hace algunos días, una cincuentena de colectivos y organizaciones ecologistas firmaron una petición que llamaba a unirse al movimiento de los agricultores para intentar dejar de jugar la oposición puesta en escena entre, “ecologistas cretinos desconectados”, y los agricultores rurales fanáticos de los pesticidas. Para usted, ¿cómo se posicionan las cuestiones ecológicas en los sectores agrícolas?
MO: Yo pienso que no somos más tontos que los demás. Todo el mundo se da cuenta de que hay un verdadero problema medioambiental, que hay un gran problema de crisis climática y de biodiversidad. Aún más como campesinos, estamos en la posición de mediadores con la naturaleza, entonces nos damos cuenta de ello. Pero como lo explicaba anteriormente, para un cierto número de colegas, eso los ubica en una posición de imposibilidad económica. Producir de manera más ecológica es más costoso, por lo que en el contexto de un mercado abierto somos menos competitivos y no tenemos los medios. Los agricultores se encuentran atrapados en una imposición contradictoria e imposible; como decimos, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.
Por todo ello, evidentemente habrá que moverse sobre las cuestiones ecológicas y eso es lo que intentamos impulsar con la Confédération Paysanne. Las problemáticas son inmensas, por ello hay que hacerlo, pero se necesita cambiar las reglas y las imposiciones económicas. Eso no quiere decir necesariamente que los productos serán más caros para los consumidores, sino que las márgenes de otros actores serán reevaluadas. Es importante entender que el 15 % del precio de un producto va al agricultor y el 85 % restante se reparte entre los demás agentes, transporte, transformación, etc. Algunos de estos márgenes están justificados, pero otros van a parar a manos de actores que se están enriqueciendo. Entonces, si queremos que los campesinos sean pagados correctamente, produciendo de acuerdo a la naturaleza y sin que el precio repercuta en el consumidor, implica establecer instrumentos que conocemos muy bien, como los precios básicos y la gestión de la oferta (gestión de suministros) que permitan que no haya sobre o infra producción.
Si queremos que los campesinos sean pagados correctamente, produciendo de acuerdo a la naturaleza y sin que el precio repercuta en el consumidor, implica establecer instrumentos que conocemos muy bien, como los precios básicos y la gestión de la oferta
La última herramienta más importante son las reservas públicas. Si implementamos las reservas públicas en nuestros países, eso permitiría estabilizar los mercados y luchar contra los movimientos especulativos. Voy a dar un ejemplo: al comienzo de la guerra en Ucrania, pasaba algo completamente loco. Nos vendieron en los medios el riesgo de una hambruna ligada a la falta de trigo ucraniano, etc. En algunos meses, los precios de los productos agrícolas se han duplicado, aunque no ha habido ningún problema de producción y excelentes cosechas en todas partes. Sin embargo, esta especulación ha tenido como consecuencia hambrunas reales, especialmente en los países fuertemente dependientes de las importaciones de cereales como algunos del Maghreb o como Sri Lanka. Y esto, no porque faltaran cereales a nivel mundial, ya que hubo una producción excedentaria, sino porque los precios habían aumentado tanto que no eran accesibles para las personas. Sin embargo, cuando los países están dotados de verdaderas reservas públicas, los Estados pueden regular el mercado: mediante la inyección en la producción cuando los precios parten al alza, o comprando cuando los precios tienden a la baja. Ello permite estabilizar las reservas y el mercado. En Francia tenemos reservas, pero no son públicas, son privadas y, por lo tanto, son parte del juego de la especulación: cuando los precios bajan, van a baja, cuando suben, van al alza.
Por lo tanto, hay un interés común entre campesinos y población sobre el tener una política pública que regule el mercado y prohíba la especulación. Con la excepción de que, evidentemente, los sectores financieros y los grandes productores de cereales que juegan sobre la especulación, no tienen ningún interés en ello. Con este regreso a lo que mencionaba sobre el 1 % y la pequeña pandilla de tiburones que hacen mucho, mucho dinero a costa de la población y los campesinos. La inflación de los precios alimentarios para unos, los ingresos de miseria para los otros, a todos nos está afectando.