En el cada vez más estrecho intervalo entre campañas electorales, conviene recordar que hemos entrado en los años decisivos del siglo XXI. Por poner sólo un ejemplo, a los científicos les asusta la superación constante de los récords de temperatura de los océanos y ya no saben cómo explicar la gravedad de la situación. Según Naciones Unidas, para 2030 es urgente reducir nuestras emisiones de CO2 a la mitad, pero por cada indicador optimista de aquí y de allá, se nos acumulan once pesimistas. Eso cuando hay datos, porque, sorprendentemente, los últimos datos oficiales de nuestro ámbito datan de 2021. Como si la ocultación de información hiciera desaparecer el problema.
«Según Naciones Unidas, para 2030 es urgente reducir nuestras emisiones de CO2 a la mitad, pero por cada indicador optimista de aquí y de allá, se nos acumulan once pesimistas. Eso cuando hay datos, porque, sorprendentemente, los últimos datos oficiales de nuestro ámbito datan de 2021. Como si la ocultación de información hiciera desaparecer el problema»
Sólo cinco años y medio para llegar al señalado año 2030, pero (casi) todo por hacer. Los vectores principales de descarbonización están identificados, pero no conseguimos que sigan la dirección buena. Por ilustrar, el Reino Unido ha tenido desde 1990 una reducción de emisiones de CO2 del 52%. Nosotros, en torno al 10%. El 60% de la electricidad que se genera en Alemania procede ya de fuentes renovables; en la CAPV, sólo el 11%. En Europa del Norte se está llevando a cabo una sustitución masiva de las calderas de gas por sistemas de bomba de calor. En el nuestro, casi ni rastro. En movilidad eléctrica estamos en el vagón de cola de un estado que es el último soplo en Europa. Medio perdidos en las discusiones bizantinas, bloqueados, escuchando en nuestras espaldas las carcajadas de quienes quieren perpetuar el sistema fósil. Eso es un chollo, dicen.
«Medio perdidos en las discusiones bizantinas, bloqueados, escuchando en nuestras espaldas las carcajadas de quienes quieren perpetuar el sistema fósil. Eso es un chollo, dicen»
El discurso de "no hay prisa" para la transición trae consigo, entre otras cosas, que aún no esté vigente una planificación mínima para ordenar las renovables
Los que, dicen, van a tomar el gobierno en la próxima legislatura han tenido un mensaje confuso. Al parecer, la transición debe hacerse sin ansiedad ni prisa, sin poner en peligro la industria y sus puestos de trabajo. Han puesto de manifiesto que no han entendido nada. Porque la mejor manera de poner en peligro los puestos de trabajo industriales es, precisamente, hacer lenta la transición. ¿O alguien cree que podremos vender en Europa los productos producidos por nuestra industria una vez que los principales países europeos produzcan productos equivalentes pero descarbonizados?
«Al parecer, la transición debe hacerse sin ansiedad ni prisa, sin poner en peligro la industria y sus puestos de trabajo. Han puesto de manifiesto que no han entendido nada. Porque la mejor manera de poner en peligro los puestos de trabajo industriales es, precisamente, hacer lenta la transición»
Si no se analiza bien la situación, creo que vienen golpes fuertes. Ya sea de la mano del trastorno climático, de las consecuencias socio-económicas de la falta de adaptación del tejido productivo, o de la dependencia enfermiza de energías fósiles externas. Nos están multiplicando los deberes, sí, y desmontar el discurso de "no hay prisa" es de los primeros. Porque eso ha supuesto, entre otras cosas, que todavía no haya una planificación mínima para ordenar las renovables en vigor. Por lo tanto, hay por donde tirar sin enredarnos en posiciones que retrasarán la transición.
«Nos están multiplicando los deberes, sí, y desmontar el discurso de "no hay prisa" es de los primeros. Porque eso ha supuesto, entre otras cosas, que todavía no haya una planificación mínima para ordenar las renovables en vigor»