Greenpeace: «Parece ciencia y no lo es: las mentiras de la carne, un negocio a costa de tu salud»
Como cada 7 de abril, Día Mundial de la Salud, conviene recordar un hecho: una dieta rica en alimentos vegetales y con menos alimentos de origen animal es más saludable para las personas y más respetuosa con el medio ambiente y el clima. Como era de esperar, este hecho incomoda a las grandes empresas cárnicas y lácteas, cuyos beneficios dependen de que sigamos consumiendo sus productos. Para proteger sus intereses, ejercen influencia política para contrarrestar posibles regulaciones y utilizan campañas de marketing para mantener la confianza de las personas consumidoras.
[Greenpeace]Influir en la ciencia y en el uso de la ciencia en general es una táctica central de la industria alimentaria (y de muchas otras: la de junto con los combustibles fósiles, el tabaco, la química y farmacéutica…). Pero para que la ciencia sea vista como una aliada de los beneficios empresariales, los hallazgos científicos tienen que arrojar una luz positiva sobre el producto (o al menos, una luz neutra).
Repasamos tres estrategias empleadas por la industria cárnica y láctea para asegurarse de que los hallazgos científicos se alinean con sus beneficios.
1. Generar y seleccionar investigaciones
La industria cárnica y láctea es prolífica a la hora de generar investigaciones beneficiosas para su negocio. A menudo lo hace a través de institutos de investigación o grupos de reflexión creados por ella misma o aportando financiación a proyectos de investigación universitarios (financiación que suele ser muy bien recibida, dada la falta crónica de fondos públicos para este campo). Esta última estrategia tiene la ventaja de añadir al estudio el nombre de una universidad prestigiosa, lo que le da un aire de neutralidad y autoridad. Aunque la financiación de las grandes empresas cárnicas y lácteas no interfiera directamente en las prácticas de investigación científica, estas asociaciones suelen tener más probabilidades de producir resultados «útiles» para una industria determinada, porque integran las consideraciones de la industria en las preguntas de la investigación.
Se descubrió que los artículos científicos sobre el valor nutricional de bebidas como refrescos, zumos y leche financiados íntegramente por la industria de las bebidas tenían entre cuatro y ocho veces más probabilidades de ser favorables a los intereses financieros de los patrocinadores que aquellos que no contaban con financiación de la industria. Por ejemplo, varios estudios financiados por la industria láctea que señalaban los beneficios para la salud de la leche con chocolate (ya fuera para recuperarse de una conmoción cerebral relacionada con el deporte o como bebida superior para reponerse de un ejercicio vigoroso) fueron posteriormente rectificados respectivamente por la universidad patrocinada o desacreditados tras demostrarse que la metodología era defectuosa y estaba diseñada de forma que produjera resultados positivos.
«Se descubrió que los artículos científicos sobre el valor nutricional de bebidas como refrescos, zumos y leche financiados íntegramente por la industria de las bebidas tenían entre cuatro y ocho veces más probabilidades de ser favorables a los intereses financieros de los patrocinadores»
Otra táctica de la industria cárnica y láctea consiste en publicar o comunicar datos científicos escogidos que arrojan datos positivos sobre sus productos. Tomados aisladamente, esta información suele ser cierta, pero no presentan el panorama completo y ocultan posibles trampas. Por ejemplo, Greenpeace Dinamarca denunció la campaña de la industria porcina europea por tergiversar las emisiones de su supuesta pequeña huella climática, al presentar sus datos de emisiones por kilo de carne, en lugar de las emisiones totales, lo que era engañoso. En España, está ocurriendo lo mismo, ya que las emisiones de la ganadería -primer productor europeo de carne de cerdo- han venido aumentando debido al incremento del número de animales, especialmente debido la ganadería industrial y sus macrogranjas.
2. Arrojar dudas
De lo que se trata aquí es de intentar desacreditar la investigación que expone los impactos ambientales y de salud pública de la producción y el consumo de carne y productos lácteos, a menudo mediante la reformulación de sus hallazgos como no concluyentes y «abiertos al debate», a pesar del consenso científico generalizado. Por ejemplo, la Declaración de Dublín, un manifiesto a favor de la carne redactado por científicos supuestamente vinculados a la industria cárnica, arroja dudas sobre las conclusiones del Informe sobre la Carga Mundial de Factores de Riesgo de Enfermedad de 2019.
Aunque el informe confirmó conclusiones anteriores del organismo de investigación del cáncer de la Organización Mundial de la Salud (IARC) sobre la asociación entre el consumo excesivo de carne roja y procesada y el aumento de los riesgos de cáncer, la Declaración de Dublín cuestionó las métricas y los datos utilizados para llegar a esta conclusión. El Dr. Kurt Straif, exdirector del Centro Internacional de Investigaciones sobre el cáncer (CIIC), cuyo equipo concluyó «con seguridad» que la carne procesada es “cancerígena” y que la carne roja es «probablemente cancerígena», declaró a Unearthed que «los esfuerzos por ocultar o restar importancia al riesgo de cáncer de los productos cárnicos podrían tener un efecto nocivo en la concienciación del público sobre tales riesgos e incluso perjudicar su salud«.
A raíz de estas conclusiones de la IARC, la industria cárnica se movilizó cómo nunca en España y consiguió que varios expertos dentro del ámbito sanitario y nutricional cuestionaran el informe del máximo organismo internacional en materia de cáncer.
«Los esfuerzos por ocultar o restar importancia al riesgo de cáncer de los productos cárnicos podrían tener un efecto nocivo en la concienciación del público sobre tales riesgos e incluso perjudicar su salud«
Kurt Straif, exdirector del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer
3. Desviar el debate público de las pruebas científicas
La industria cárnica también intenta desviar la atención de sus repercusiones negativas, destacando en su lugar elementos económicos, culturales o éticos más amplios del consumo de carne. Entre los argumentos habituales de esta industria, están el hecho de que comer carne (y ser omnívoro) es «natural» o que restringir el consumo de carne coartaría nuestra libertad como individuos. Los argumentos socioeconómicos y las barreras técnicas se están utilizando para no cambiar los patrones de consumo, por ejemplo, sacando a relucir la preocupación por la seguridad alimentaria local (aunque la ganadería desempeña un papel en la inseguridad alimentaria mundial) o simplemente señalando la falta de alternativas (una táctica utilizada por el sindicato de agricultores franceses en 2017 al presionar a la Comisión Europea para que ampliara la licencia del tóxico glifosato).
Este uso y manipulación de la ciencia proporciona munición a los grupos de presión políticos que actúan en nombre de la industria. La investigación de Unearthed sobre la Declaración de Dublín, que entre otras cosas cuestionaba la asociación entre el cáncer y la carne roja y procesada, descubrió que este documento se utilizaba para presionar a los responsables de la toma de decisiones de la UE contra las recomendaciones de reducir el consumo de carne como parte de su estrategia contra el cáncer. Los artículos científicos se citan regularmente en comunicaciones dirigidas a los responsables de la toma de decisiones de la UE, sin transparencia sobre las credenciales de los autores, sus posibles conexiones con la industria o la independencia de la revista que los publicó. Estos conflictos de intereses quedan enterrados.
Y esto se paga: en la Unión Europea, por ejemplo, muchos políticos siguen protegiendo los intereses de las mayores empresas cárnicas y lácteas a costa de políticas que protegerían la salud pública y el medio ambiente del que formamos parte y del que dependemos. Mientras que la Comisión Europea intentó inicialmente crear un «cambio de paradigma en la forma en que producimos y consumimos alimentos» con su Ley de Sistemas Alimentarios Sostenibles, el expediente se derrumbó bajo la presión de la industria agrícola y fue archivado a finales de 2023. Esta iniciativa era la piedra angular de la estrategia «de la granja a la mesa», una herramienta clave de la Comisión Europea que ha sido furiosamente atacada por la industria. He aquí un ejemplo de cómo influyeron los hechos científicos: esta comunicación de los grupos de presión ganaderos a la Comisión Europea sobre la estrategia expone hechos científicos sobre la importancia de la carne haciendo referencia a un artículo científico para respaldar su argumento. Lo que la carta no dice es que el artículo fue escrito por personal del INRAE, un instituto francés tristemente célebre por sus lazos históricos con la industria cárnica, y publicado en la revista Viandes & Produits Carnés, una revista francesa que cuenta entre sus principales colaboradores a miembros de la industria ganadera.
«En la Unión Europea, muchos políticos siguen protegiendo los intereses de las mayores empresas cárnicas y lácteas a costa de políticas que protegerían la salud pública y el medio ambiente del que formamos parte y del que dependemos»
Más allá de los círculos políticos, estas tácticas están integradas en muchos aspectos de la comunicación pública de la industria, a menudo con el fin de tranquilizar a los consumidores sobre sus productos. Al igual que el lavado verde o greenwashing, estas tácticas son profundamente engañosas, alimentan las guerras culturales y dañan la integridad de la investigación científica, la base de cualquier sociedad que funcione. Para evitarlo es necesaria una mayor transparencia sobre los conflictos de intereses y una mayor financiación pública de las instituciones de investigación para garantizar que los científicos no se vean presionados a aceptar subvenciones de las industrias cárnica y láctea.