Beñat Zaldua: «Cuatro malas noticias energéticas y una esperanza para Araba, Bizkaia y Gipuzkoa»

La tasa de autoabastecimiento energético de la CAV fue de un raquítico 8,7% en 2023, lo que quiere decir que más del 90% de la energía consumida en los tres territorios fue importada del exterior. La inmensa mayoría, además, es petróleo y gas natural. Así consta en el último informe del EVE.

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«La situación energética vasca no ha experimentado grandes cambios». El Ente Vasco de la Energía (EVE) arranca con estas palabras el informe sobre el consumo y la producción de energía en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa durante el año 2023. Después de retrasar hasta diciembre del año pasado la publicación de los datos de 2022, en esta ocasión ha elegido el mes de agosto para dar unos datos que tampoco en esta ocasión traen buenas noticias.

Antes de entrar en los apuntes negativos, sin embargo, conviene resaltar una importante buena nueva: el consumo energético final de estos territorios vascos disminuyó en 2023 un 7%. El salto es grande, sobre todo teniendo en cuenta que se ha dado en solo un año. Es seguro que el benévolo invierno ayudó a reducir la demanda, pero también tuvieron que ver, probablemente, los planes de reducción de consumo que, por orden de Bruselas, todas las administraciones establecieron para hacer frente al peligro de quedarse sin suministro. Las cosas se olvidan rápido, pero el verano de 2022 estuvo marcado por el temor a que el fin de la energía rusa –debido a las sanciones impuestas tras la invasión de Ucrania– llevase al corazón de Europa al colapso energético en invierno. El precio de la energía se disparó y los planes de contingencia fueron un mandato de la UE para todas las administraciones.

«La lección no es tanto que los europeos pueden vivir con menos gas ruso, sino que es posible reducir la demanda de forma considerable a través de medidas públicas y planificadas. Es decir, que es posible –además de urgente– decrecer»

La lección no es tanto que los europeos pueden vivir con menos gas ruso, sino que es posible reducir la demanda de forma considerable a través de medidas públicas y planificadas. Es decir, que es posible –además de urgente– decrecer. La palabra sigue invocando mil demonios, pero los planes de contingencia no eran, en gran medida, sino eso: un decrecimiento del consumo energético. Este se ha dejado notar en especial en el sector residencial (14% de reducción), en la industria (11%) y en los servicios (9%).

Apenas se deja notar, sin embargo, en el sector del transporte, uno de los principales hándicaps para la transición energética en la CAV. Esta es la primera de las malas noticias que deja el informe del EVE. El sector solo disminuyó su consumo un 2%, lo que hizo que acaparará casi la mitad (47%) de la energía final consumida en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Además, el 93% de la energía consumida por el transporte viene del petróleo, la materia prima energética consumida en la CAV que más gases de efecto invernadero emite a la atmósfera –con permiso del carbón, que se mantiene en un uso residual–. Dicho a la inversa, el 90% del petróleo consumido fue engullido por el sector del transporte, que en una década ha pasado de representar el 37% de la energía final consumida al citado 47%.

«El 90% del petróleo consumido fue engullido por el sector del transporte, que en una década ha pasado de representar el 37% de la energía final consumida al 47%»

Electrificación estancada

Esta realidad enlaza con la segunda mala noticia: el estancamiento absoluto de la electrificación requerida para llevar a cabo la transición energética. Recuérdese que la inmensa mayoría de renovables sobre las que se apoyan los planes de descarbonización –eólica y fotovoltaica, mayormente– son sistemas de captación de energía que sirven para generar electricidad. Es decir, una economía descarbonizada, aquí y en todo el mundo, pasa irremediablemente por altas dosis de electrificación.

Sin embargo, ésta se situó en 2023 en un 25% del total de energía final consumida. Son 1,3 puntos más que en 2022, pero lo cierto es que se sitúa en la misma horquilla en la que lleva años y años. Hace una década se situó en el 25,6%, y hace 20 años, en el 27,4%. El sector del transporte es el principal reto, dado que el 1% del consumo energético final es eléctrico. Esto hace que el 67% de la energía final consumida en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa sea energía fósil no sustituible –ahora mismo– por energía eléctrica.

«El sector del transporte es el principal reto, dado que el 1% del consumo energético final es eléctrico. Esto hace que el 67% de la energía final consumida en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa sea energía fósil no sustituible –ahora mismo– por energía eléctrica»

Las renovables bajan

Pero cuidado, porque la electricidad no es sinónimo de energía renovable. De hecho, solo el 6,6% de la energía eléctrica consumida en la CAV es energía de origen renovable obtenida en el territorio. Cae del 7,1% de 2022. Es más, el consumo final de energía renovable cayó un 12,5% respecto al año anterior. El porcentaje sobre el total de energía consumida resulta irrisorio, lo cual supone la tercera mala noticia.

En general, ya sea en forma de energía eléctrica o térmica, el aprovechamiento de las energías renovables cayó un 11,4% respecto al año anterior, con el descenso de la biomasa (-25%), la hidroeléctrica (-17%) y la eólica (-14,4%) encabezando la caída. Para rematar la faena, el rubro que más crece es el de los biocarburantes (un 34%), un tipo de combustible cuya utilidad como factor de descarbonización viene siendo fuertemente cuestionado. El único apunte positivo es el crecimiento (un 15%) del conjunto de instalaciones para captar energía solar (fotovoltaica, térmica, aerotermia y geotermia), así como el crecimiento paulatino de la potencia renovable instalada: ha crecido un 15% desde 2020, si bien el punto de partida era bajísimo, por lo que el mérito es relativo.

El informe asegura que la participación renovable sobre el consumo final alcanza un 20,4%, pero lo cierto es que no se acaba de explicar de dónde se obtiene la cifra. El porcentaje obtenido a partir del desglose que el mismo informe ofrece dejaría la cifra más cerca del 17%. En cualquier caso, se trata de una abstracción, ya que, si bien es posible saber la electricidad renovable producida, resulta imposible saber cuánta es la consumida, al ser una parte muy considerable importada del resto del Estado español, en cuya red eléctrica se vierte por igual electricidad de origen renovable y fósil.

«El aprovechamiento de las energías renovables cayó un 11,4% respecto al año anterior, con el descenso de la biomasa (-25%), la hidroeléctrica (-17%) y la eólica (-14,4%) encabezando la caída»

Una dependencia aún mayor

Todo este cuadro desemboca en una lamentable tasa de abastecimiento del 8,7%, cuarta mala noticia del informe, al ser la más baja desde 2017. Es decir, sólo el 8,7% del consumo interior bruto fue energía primaria producida en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Es decir, la dependencia energética exterior se situó en el 91,3%.

Otros años, el informe ha incorporado un gráfico sobre la dependencia energética exterior en el contexto europeo, en el que la CAV acostumbraba a salir muy mal parada. En 2021, último año disponible, la dependencia fue del 90% en los tres territorios, a una enorme distancia de la media de la Unión Europea, que se situó aquel año en el 58%. Este año, sin embargo, no hay comparativa al respecto.

«Sólo el 8,7% del consumo interior bruto fue energía primaria producida en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Es decir, la dependencia energética exterior se situó en el 91,3%»

Ingredientes para un debate pendiente

El informe vuelve a ofrecer un catálogo de las carencias en materia energética. La economía de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa se basa de forma abrumadora en energía que acelera y agrava la crisis ecológica en la que vivimos. Además, sea fósil o renovable, casi toda es energía extraída o capturada en otros países, lo cual tiene dos lecturas, ambas negativas. La dependencia deja al país a merced de los vaivenes del mercado energético global, sin poder mitigar en lo más mínimo subidas de precios como las de hace dos años. Al mismo tiempo, querer hacer una transición energética sin instalar plantas eólicas y fotovoltaicas tiene su trampa, pues se asume implícitamente que estas deberán ser instaladas en otros lugares, lo cual no suena muy solidario.

Esto no quiere decir que haya que aprobar con los ojos cerrados todos los proyectos que se pongan encima de la mesa. Los impactos sobre el terreno son desiguales, y los modelos de propiedad, gestión y aprovechamiento, también. Hacer partícipe a la comunidad resulta imprescindible. Hay mucho por debatir, pero conviene no olvidar que el punto de partida es la cruda realidad sobre consumo y producción de energía que recoge el EVE.

«Querer hacer una transición energética sin instalar plantas eólicas y fotovoltaicas tiene su trampa, pues se asume implícitamente que estas deberán ser instaladas en otros lugares, lo cual no suena muy solidario»

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