Alfons Pérez: «¿Quién lidera la ‘revolución industrial verde’? Un análisis crítico de cinco años del Pacto Verde Europeo»
A finales de 2019 la Comisión Europea presentaba el Pacto Verde Europeo (en adelante PVE), la hoja de ruta para que Europa fuera el primer continente neutro en emisiones para 2050. En estos casi cinco años de vigencia, el PVE ha resistido la pandemia y la guerra de Ucrania, convirtiéndose en la estrategia para la recuperación económica y un elemento central para la autonomía estratégica. Pero ¿cómo es posible que un conjunto de políticas ambientales y climáticas hayan sobrevivido a ese doble golpe? Simple y llanamente porque el PVE va mucho más allá de la transición verde: su verdadero objetivo es geopolítico y geoestratégico.
[vientosur]
Alfons Pérez es investigador del Observatori del Deute en la Globalització.
De ahí que un análisis crítico de su trayectoria no puede examinar solamente cada una de sus propuestas para determinar si contribuyen a la lucha contra la emergencia climática o si pueden ser catalogadas como greenwashing. El reto consiste en evaluar el PVE como un fenómeno emergente, que es más que la suma de sus partes; como un auténtico proyecto de reforma estructural económica, con consecuencias extraterritoriales, para que la Unión Europea lidere la revolución industrial verde.
La pandemia y la guerra en Ucrania consolidan el Pacto Verde Europeo
La convulsa tercera década del siglo XXI no ha hecho más que poner en evidencia que el PVE es una apuesta dinámica, versátil, adaptativa y, sobretodo, contradictoria, competitiva, agresiva y beligerante. Solo cuatro meses después de su presentación, se declaraba la pandemia de la covid19 que, entre muchas otras cosas, suponía su primer test de estrés. ¿Resistiría una hoja de ruta aparentemente climática a la recuperación económica de la pandemia? Pues sí, el PVE no solo superó la prueba, sino que salió reforzado porque, según la Comisión Europea, “el Pacto Verde Europeo es también una línea de vida para salir de la pandemia”[1].
Por un lado, la UE aumentó su ambición climática en pleno confinamiento proponiendo un mínimo del 55% de reducción de las emisiones para 2030 respecto el año 1990[2], lo que conllevó un paquete de medidas bajo el nombre de Objetivo 55 (Fitfor55)[3]. Además, en 2021 se alcanzó un acuerdo provisional del Consejo Europeo y el Parlamento sobre la Ley europea del clima, que convertía en legalmente vinculantes el Objetivo 55 y la neutralidad climática para 2050[4].
Por otro lado, la Comisión Europea anunció antes de la pandemia, el 14 de enero de 2020, el Plan de Inversiones del Pacto Verde Europeo, un plan que pretendía movilizar 1 billón de euros en inversiones sostenibles durante los siguientes diez años a través del presupuesto de la UE y de varios instrumentos asociados, en particular el InvestEU[5]. Pero este plan de inversiones quedó eclipsado por la llegada de los fondos-deuda NextGenerationEU, más de 800.000 millones de euros para la recuperación económica verde y digital de la pandemia. Los NextGenerationEU, conseguidos a través de la emisión de deuda mutualizada, convirtieron a la UE en el mayor emisor supranacional de deuda del mundo y han servido como incentivos multimillonarios para la política industrial del Pacto. En concreto, un 37% de los fondos se debían dirigir a proyectos y reformas que contribuyeran a los objetivos climáticos de la Unión, un 20% a la digitalización y un 10% a la biodiversidad.
Poco después, el PVE pasó su segundo test de estrés: la crisis energética. Cuando el 24 de febrero de 2022 la Federación Rusa de Vladimir Putin inició su operación especial en Ucrania, en forma de invasión y de guerra, en la Unión Europea emergió un temor real y fundado: cómo garantizar el suministro energético cuando su principal suministrador de gas, petróleo y carbón emprendía una acción militar sin precedentes contra un país de la órbita europea. Cabe recordar que los precios del gas y la electricidad ya estaban disparados antes del ataque de Putin y, por tanto, llovía, o más bien diluviaba, sobre mojado[6].
Entonces, ¿la crisis energética supondría buscar energía a toda costa sin importar si su origen era renovable o no? ¿El PVE y su neutralidad climática resistirían este segundo momento de excepción? La respuesta, por absurda que parezca, es un sí, sí. El REPowerEU[7], el plan europeo para acabar con las dependencias energéticas de la Federación Rusa, afirma, literalmente, que “El Plan REPowerEU se basa en la plena aplicación del paquete de medidas Objetivo 55 (…) y la neutralidad climática de aquí a 2050 en consonancia con el Pacto Verde Europeo”. Y continua:
“Sin embargo, el abandono de los combustibles fósiles rusos también requerirá inversiones específicas para la seguridad del suministro en infraestructuras de gas y cambios muy limitados en la infraestructura petrolera (…). Paralelamente, algunas de las capacidades existentes relacionadas con el carbón también podrían utilizarse más tiempo de lo previsto inicialmente, así como la energía nuclear y los recursos de gas nacionales” [8].
Eso conllevó la reapertura de centrales de carbón en Alemania, el incremento de la generación con carbón en Italia y la proyección de nuevos reactores nucleares en Francia[9].
En conclusión, del impacto de la pandemia y la crisis energética se pueden extraer tres lecciones que impregnan el presente del PVE.
La primera lección remite a sus propios orígenes. A diferencia de los pactos verdes presentados por Alexandria Ocasio-Cortez o Bernie Sanders en EE UU, que combinan lo ambiental y lo social[10], el Pacto Verde Europeo se presentó como una nueva estrategia de crecimiento que abrazaba con fuerza las tesis del capitalismo verde: desacoplamiento absoluto entre crecimiento económico e impacto ambiental, el mercado como dinamizador y la tecnología como solución. Situar al PVE como la estrategia de recuperación económica de la pandemia aumentó su carácter economicista. Si antes de la covid19 quedaba por resolver quién era la contraparte del Pacto, la entrega de los fondos NextGenerationEU a las grandes empresas no ha hecho más que confirmar que son las transnacionales europeas las que debían comandar la recuperación económica y la descarbonización.
La segunda lección es que el PVE es suficientemente flexible como para asumir contradicciones en su trayectoria cuando debe responder a un bien superior, en este caso, la agenda securitaria. La rotura de las cadenas globales de suministro y las fuertes dependencias energéticas, materiales y tecnológicas del exterior han hecho replantear la estrategia europea que, como veremos más adelante, ha asumido un tono mucho más agresivo y beligerante. Ahora las políticas climáticas y, sobretodo, energéticas, deben contribuir a la autonomía estratégica y a la seguridad energética. De la misma manera, las tecnologías limpias o cero neto que favorecen no son simples tecnologías. Se convierten en elementos necesarios para la independencia y la seguridad europea. Sirva como ejemplo la campaña You are the EU[11].
Y la tercera y última lección confirmaría que la apuesta del PVE para liderar la revolución industrial verde necesita de un aparato industrial del que la Unión Europea carece. No le es suficiente instalar capacidad renovable o que circulen más coches eléctricos, hay que fabricar las tecnologías de la transición verde. Esto contrasta con la tan invocada transición a una economía desmaterializada de servicios. Ahora la industria es importante y, como veremos a continuación, esto tiene claros efectos extraterritoriales.
¿Quién lidera la revolución industrial verde? Posiciones de partida
Antes de entrar en profundidad en las posiciones de partida de los diferentes países y bloques de países conviene aclarar brevemente a quénos referimos con el término revolución industrial verde. Apuntamos, principalmente, a la capacidad de fabricación de las llamadas tecnologías limpias o cero neto –para la UE: paneles fotovoltaicos y térmicos, celdas de combustible y electrolizadores, eólica terrestre y marítima, biogás sostenible y biometano, baterías y almacenamiento, captura y almacenamiento de carbono, bombas de calor y energía geotérmica y tecnologías de red– y, especialmente, al poder que el control de sus cadenas de valor –extracción de materias primas, procesamiento, producción de componentes, ensamblaje, distribución, logística, instalación– confiere en el ámbito internacional.
Tomando esto como referencia, si analizamos la situación global de las cadenas de valor de las principales tecnologías limpias podemos advertir cuatro posiciones bien diferenciadas: dominante, aventajada, importadora y subordinada.
Por un lado, China tiene una posición dominante, con una presencia lo suficientemente hegemónica como para ejercer un alto grado de control e influencia. Por lo que se refiere a los materiales necesarios para la fabricación de tecnología, en 2019, China fue responsable del 69% de la extracción de cobalto, el 64% del grafito y el 60% de las tierras raras a nivel mundial. En las operaciones de procesamiento de materiales alcanzó el 35% del níquel, el 65% del cobalto, el 87% de las tierras raras y el 58% del litio. Además, las empresas chinas han realizado importantes inversiones en zonas con recursos minerales como Australia, Chile, República Democrática del Congo e Indonesia[12]. Por lo que se refiere a la industria, en 2021, el 65% de las baterías para vehículos eléctricos, alrededor del 60% de los paneles fotovoltaicos y aerogeneradores y el 40% de los electrolizadores se fabricaron en territorio chino[13].
Por otro lado, Estados Unidos está en una posición aventajada porque posee recursos energéticos, minerales, industria y demanda interna. En 2020 fue el segundo extractor de tierras raras y sexto en reservas, y tiene un buen desarrollo de la movilidad eléctrica (balanza comercial positiva del 3% en 2021), pero no tanto para la eólica (-38%) y fotovoltaica (-65%) donde depende de las importaciones[14].
En cambio, lo que más caracteriza a la Unión Europea es su rol de importadora por su alta dependencia energética, mineral e industrial del exterior que no deja de ser, en parte, resultado de la propia política expansiva y de deslocalización de las corporaciones europeas. En 2021, la UE tenía una dependencia energética del 55% y del 54% para minerales metálicos[15]. La UE es importadora neta de tecnologías limpias con la excepción de los componentes de turbinas eólicas. Alrededor de una cuarta parte de los automóviles y baterías eléctricas y casi todos los módulos fotovoltaicos solares y celdas de combustible son importados, en su mayoría de China, aunque los vehículos eléctricos son producidos también por empresas europeas y de EE UU en territorio chino[16].
Por último, numerosos países del Sur Global se insertan en las cadenas globales de manera subordinada, a través de la extracción y exportación de bienes naturales, con frecuencia motivados por la presión de instrumentos macroeconómicos como la deuda externa y los tratados de comercio e inversión. Países como República Democrática del Congo, Mozambique, Perú, Ghana o Indonesia tienen una matriz primario-exportadora y se dedican, esencialmente, a extraer minerales y venderlos con un refinamiento/procesamiento básico. Otros países como Chile, Bolivia, Argentina o Brasil tienen distintos proyectos para avanzar hacia la industrialización, pero han topado con barreras internas y del contexto internacional.
El Plan Industrial del Pacto Verde: Made in Europe y Made in US contra Made in China
Si el objetivo del PVE era que la UE liderara la revolución industrial verde, necesita cambiar su rol de importadora. Una pieza clave para ese movimiento ha sido la publicación, a principios de 2023, del Plan Industrial del Pacto Verde[17]. El objetivo principal del Plan es “escalar la capacidad de manufactura europea de las tecnologías de cero emisiones y los productos requeridos” a través de tres iniciativas: la Ley de industria cero emisiones netas, la Ley de materias primas críticas y la reforma del diseño del mercado eléctrico.
La Ley de materias primas críticas y la reforma del mercado eléctrico buscan asegurar los materiales críticos y una energía barata –en realidad, menos cara- para la industria europea de fabricación de “tecnologías limpias”[18]. Mientras la reforma del mercado eléctrico tiene una dimensión doméstica que busca una mayor cohesión y seguridad dentro de la UE, la Ley de materias primas críticas tiene una fuerte dimensión exterior. Busca conseguir los ingredientes para fabricar las tecnologías en medio de un boom por las materias primas por las que pugnan los grandes actores internacionales. La misma presidenta de la Comisión Europea, Ursula von de Leyen, dijo en el discurso del estado de la Unión Europea en septiembre de 2022 que “El litio y las tierras raras pronto serán más importantes que el petróleo y el gas”[19].
Esto pone bajo presión a los territorios donde la extracción y las reservas están concentradas. Destacan entre ellos China, Chile y República Democrática del Congo. Esta última, alberga un gran porcentaje de la extracción del cobalto mundial (69%), sobretodo en la región de Katanga, al sureste del país, una zona donde también se extrae cobre, estaño, radio, uranio y diamantes. Chile, por su parte, comparte con Australia el liderazgo mundial de la minería de litio y, además, es la primera en extracción de cobre. En el caso de China, aparece como tercera en litio y cobre, pero encabeza con mucha diferencia la extracción de grafito (64%). Lo mismo pasa con las tierras raras (60%) que se extraen en su gran mayoría de la “ciudad natal de las tierras raras”, el distrito minero de Bayan Obo en la región de Mongolia Interior.
Asimismo, la Ley de materias primas críticas establece objetivos cuantitativos concretos para el año 2030: al menos el 10% del consumo anual de estas materias debe proceder de la misma Unión Europea, al menos un 40% de la transformación debe realizarse dentro de la UE y al menos un 25% debe obtenerse del reciclaje, mientras que no más del 65% de cada materia prima estratégica, en cualquier fase de la transformación, podrá proceder de un solo proveedor. Eso quiere decir que, para no ser tan dependientes del exterior, habrá que hacer minería km0 y que, para luchar contra la hegemonía china, habrá que instalar industria de procesamiento y refino en la Unión Europea.
Por otro lado, la Ley de la industria de cero emisiones netas busca que la capacidad de manufactura de las tecnologías limpias o cero neto se acerque o llegue al 40% de las necesidades anuales para 2030, contribuyendo a los esfuerzos europeos para la independencia energética. Este esfuerzo europeo para fortalecer el Made in Europe tiene una clave de lucha contra el Made in China que lleva más de dos décadas de ventaja porque fue impulsado en el décimo plan quinquenal de 2001. Pero la Ley europea también da respuesta al lanzamiento, en agosto de 2022, de la Ley de reducción de la inflación -Inflaction Reduction Act, IRA- en EE UU, un plan que genera grandes estímulos para la industria de tecnologías limpias Made in US[20].
Sus 369.000 millones de dólares se reparten entre incentivos fiscales para consumidores y empresas, subvenciones, préstamos y operaciones a nivel Federal[21]. Los incentivos son tan suculentos que preocupan a las instituciones europeas que ven con inquietud los anuncios de empresas como Ford, BMW, Freyr Battery Norway de deslocalizar parte de su producción hacia EE UU. También preocupan las ventajas comparativas que puedan suponer en los mercados internacionales para empresas que ya producen en EE UU y se han beneficiado del IRA, como Tesla, Toyota, ABB, Panasonic, Hyundai o Kia[22].
¿Qué retos de futuro plantea el Pacto Verde Europeo?
1. Securitización, militarización, rusofobia y chinofobia
“La resiliencia de los futuros sistemas energéticos se medirá en particular mediante un acceso seguro a las tecnologías que alimentarán esos sistemas: turbinas eólicas, electrolizadores, baterías, energía solar fotovoltaica, bombas de calor y otras. A su vez, un suministro seguro de energía será esencial para garantizar un crecimiento económico sostenible y, en última instancia, el orden público y la seguridad”.
Este párrafo del preámbulo de la Ley sobre industria de cero emisiones netas, con una referencia inusitada al “orden público y la seguridad” no hace más que confirmar el carácter actual del PVE y el rol de las tecnologías que deben servir como instrumento para la autonomía estratégica y las políticas de securitización.
La manera de legitimar este vínculo entre PVE, tecnologías limpias y seguridad es a través de un relato de dependencia y vulnerabilidad de la economía europea frente a actores externos que aprovechan su rol hegemónico contra sus objetivos, e incluso contra los llamados valores europeos. Hace diez años, las políticas de seguridad energética europea apuntaban directa e indirectamente a la Federación Rusa por utilizar la dependencia de la UE del petróleo, diésel, gas y carbón rusos como arma política. La lucha contra Rusia y la meta de la diversificación del suministro facilitaron el despliegue de nuevas infraestructuras, sobretodo gasoductos y plantas de importación de gas, bajo el nombre de Proyectos de Interés Común que recibieron apoyo financiero y garantías públicas. Todo este esfuerzo no se tradujo en una disminución de la dependencia energética puesto que las empresas continuaron firmando acuerdos comerciales para comprar a buen precio el gas ruso[23].
Hoy en día, se puede detectar fácilmente como el articulado del Pacto Industrial del Pacto Verde utiliza los mismos argumentos y palabras clave –dependencia, vulnerabilidad, diversificación– para apuntar a la hegemonía tecnológica de la República Popular China. La construcción del enemigo externo –Rusia, Putin; China, Xi Zinping– permite legitimar la apuesta de las instituciones europeas en forma política y diplomática, pero también económica y financiera, para combatir al enemigo. Y, de paso, aleja el análisis de las causas de fondo: la potencia exportadora alemana disfrutaba de conexión directa, vía gasoducto, del gas barato ruso y China ha aprovechado la deslocalización de empresas europeas a principios del 2000 para capturar el know how tecnológico.
Por otro lado, el incremento de la demanda de materias primas críticas no alimenta únicamente las tecnologías limpias o cero neto. En un momento récord de gasto mundial en defensa, con un presupuesto de 1,34 billones de dólares en 2023 para los miembros de la OTAN[24], la industria militar también necesita grandes cantidades de materiales para fabricar sus armas y nadie puede asegurar que la Ley europea de las materias primas críticas no sirva para abrir minas que nutran a esa industria[25].
2. Industrialización, reindustrialización, desindustrialización y organización industrial patriarcal
Parece que, por fin, ha llegado el debate sobre el futuro de la industria y se abren diferentes debates sobre:
-
- Desindustrializar: hace falta una clara apuesta por redimensionar el aparato industrial europeo, sobre todo el que produce bienes superfluos, contaminantes o dañinos. La industria militar es un claro ejemplo, pero también la automovilística.
- Industrializar: impulsar sectores industriales que responden a una economía con mayor circularidad. Por ejemplo, la recuperación, reciclaje y reutilización de minerales críticos como alternativa a la extracción primaria de materiales; o las tecnologías de bajo impacto, tecnologías menos complejas, con materiales reciclados, reciclables, locales e inertes[26].
- Reindustrializar: cabe recuperar la capacidad de producción doméstica de algunas de las tecnologías que deben contribuir a la transición, esencialmente, la fabricación de paneles fotovoltaicos.
Por último, el reto dentro del mundo industrial es acabar con su organización patriarcal: está altamente masculinizado y profundiza la división sexual del trabajo.
Las mujeres se concentran en trabajos de industrias poco sofisticadas y de menor intensidad tecnológica, mientras que los hombres están en sectores de alto valor agregado. En segundo lugar, las mujeres se concentran en los segmentos de bajo valor en cada sector. Por último, como se concentran en las actividades sectoriales menos cualificadas y no técnicas, les es más difícil tener oportunidades de promoción. Esta triple brecha se acentúa aún más en el Sur Global por la distribución territorial de las actividades de las cadenas globales que tienen operaciones geográficamente dispersas, desempeñadas por trabajadoras con distintas competencias. De la misma manera, también interactúan la condición de clase social, raza, identidad de género y capacidad. Además, hay que añadir un elemento que permanece invisibilizado: para que esta fuerza de trabajo productivo se reproduzca necesita del trabajo de cuidados y del hogar, a menudo gratuito o mal pagado y realizado principalmente por mujeres –y especialmente mujeres migrantes y racializadas–[27].
3. El papel de lo público y la transformación de la movilidad
El PVE se ha caracterizado por promover una gran alianza público-privada, donde las instituciones públicas proveen y facilitan y las grandes empresas privadas ejecutan reteniendo la propiedad de las infraestructuras y su control. Como comentábamos al inicio, la contraparte del Pacto no es la ciudadanía, titular de derechos, sino el poder corporativo que está saliendo reforzado con las políticas del PVE.
Las cifras de movilización de recursos públicos, por ejemplo, a través del NextGenerationEU, o de la cantidad de procesos administrativos fast-track para cualquier cosa relacionada con la transición verde, ponen de manifiesto el esfuerzo de las instituciones públicas europeas para sincronizar la transición con los intereses corporativos y el ciclo económico.
Un caso paradigmático es la transición de la movilidad. El debate está encerrado en el traspaso del vehículo privado de combustión al vehículo privado eléctrico, con las grandes compañías automovilísticas europeas demandando incentivos para la transformación de su producción en Europa y celeridad en la instalación de puntos de recarga. Frente a esto, cabe reivindicar un debate más amplio sobre el futuro de la movilidad que aborde un cambio de régimen de propiedad, pasando del vehículo privado a la movilidad pública y cooperativa que suponga una reducción urgente del tamaño del parque automovilístico privado.
4. Revolución industrial verde, neocolonialismo y extractivismo
Para acabar, un apunte histórico. La revolución industrial se sustentó en el descubrimiento de la máquina de vapor y en la abundancia del combustible carbón, pero también en la capacidad de expolio de materias primas y de control de los mercados de las colonias europeas. La revolución industrial verde, por ser una etapa más de la revolución industrial, no escapa de las dinámicas de expolio, ahora en nombre de la transición verde.
Aunque suene grueso, el PVE es una hoja de ruta y un objetivo geopolítico que no puede avanzar sin relaciones neocoloniales y extractivas. No está planteado como una relación entre iguales: ni entre ciudadanía y corporaciones ni del Norte Global frente a Sur Global. El combate ideológico contra lo que subyace en el PVE no se sustenta solamente en rebatir si es nuevo o si es verde, sino en señalar que no hay transición posible si se construye como un marco de privilegios para una contraparte corporativa y extractiva.
Notas
[1] https://commission.europa.eu/strategy-and-policy/priorities-2019-2024/european-green-deal_en
[2] https://ec.europa.eu/commission/presscorner/api/files/document/print/en/ip_20_1599/IP_20_1599_EN.pdf
[3] https://www.consilium.europa.eu/es/policies/green-deal/fit-for-55/
[4] https://www.consilium.europa.eu/es/press/press-releases/2021/05/05/european-climate-law-council-and-parliament-reach-provisional-agreement/
[5] https://investeu.europa.eu/index_en
[6] https://odg.cat/wp-content/uploads/2023/07/La-mina-la-fabrica-la-tienda.pdf
[7] https://odg.cat/es/publicacion/crisis-energetica-en-europa-que-podemos-esperar/
[8] https://eur-lex.europa.eu/resource.html?uri=cellar:fc930f14-d7ae-11ec-a95f-1aa75ed71a1.0004.02/DOC_1&format=PDF
[9] https://directa.cat/la-politica-energetica-europea-al-servei-de-la-guerra/
[10] https://odg.cat/es/publicacion/pactos-verdes-pandemias/
[11] https://you-are-eu.europa.eu/index_es
[12] https://www.iea.org/reports/the-role-of-critical-minerals-in-clean-energy-transitions/the-state-of-play
[13] https://www.iea.org/reports/energy-technology-perspectives-2023
[14] https://www.iea.org/reports/energy-technology-perspectives-2023
[15] https://ec.europa.eu/eurostat/statistics-explained/index.php?title=Energy_statistics_-_an_overview
[16] https://www.iea.org/reports/energy-technology-perspectives-2023/clean-energy-supply-chains-vulnerabilities
[17] https://ec.europa.eu/commission/presscorner/detail/es/ip_23_510
[18] https://commission.europa.eu/strategy-and-policy/priorities-2019-2024/european-green-deal/green-deal-industrial-plan_en
[19] https://ec.europa.eu/commission/presscorner/detail/en/statement_22_5523
[20] https://globaleurope.eu/globalization/europe-and-the-ira-how-a-green-subsidy-race-could-both-help-and-hurt/
[21] https://www.whitehouse.gov/briefing-room/statements-releases/2022/08/15/by-the-numbers-the-inflation-reduction-act/
[22] https://odg.cat/wp-content/uploads/2023/07/La-mina-la-fabrica-la-tienda.pdf
[23] https://ecor.network/userfiles/files/Perez-31-36.pdf
[24] https://www.elsaltodiario.com/gasto-militar/gasto-militar-mundial-batio-un-nuevo-record-2023-al-aumentar-un-68percent
[25] https://corporateeurope.org/sites/default/files/2023-11/CRM%20english%20final%20%281%29.pdf
[26] https://solar.lowtechmagazine.com/low-tech-solutions/
[27] https://www.ecologistasenaccion.org/132893/informe-escenarios-de-trabajo-en-la-transicion-ecosocial-2020-2030/