Los sanmartines son muy conocidos en nuestros caseríos, pues es el momento de matar al cerdo. Mucha gente, sin embargo, no sabrá que antiguamente el día de San Martín marcaba el final del año agrícola. Y eso no era moco de pavo. En efecto, con el fin de año había que pagar al dueño de la casa la renta anual. Los campesinos obreros de entonces apenas llegaban a ese fin de año, y el pago siempre se retrasaba. El último plazo terminaba el día de Santo Tomás y entonces bajaban a las capitales para pagar la renta a los burgueses patronos. He ahí el origen de las ferias y fiestas de los santo tomás actuales.
Por lo tanto, el día que hoy celebramos en un ambiente festivo es un fiel reflejo de la lógica de explotación que tenía el caserío vasco. Pero... ¿hasta qué punto funcionaba el caserío vasco como sistema de explotación? Pues bien, en el siglo XIX sólo el 36% de todas las tierras cultivadas en Bizkaia lo eran directamente por sus propietarios: el resto de la tierra la cultivaban los baserritarras arrendados. Y estos últimos debían destinar entre la mitad y el tercio de toda la producción anual al pago de la renta, que se pagaba en especie.
Parece que en los orígenes del caserío, hacia el siglo XV, era más frecuente que los baserritarras fueran propietarios de casas y explotaciones. Pero con el desarrollo del capitalismo, la nueva burguesía que crecía en las ciudades comenzó a ver el campo como un activo seguro y rentable para la inversión. Comprar y arrendar caseríos se convirtió en una práctica habitual entre los millonarios.
«Los intereses de los burgueses y señores de la época convirtieron el caserío vasco en un sistema de explotación de los campesinos trabajadores a finales del siglo XIX»
Entre nosotros se ha hablado mucho de la libertad del campesino vasco y del minifundio que aquí ha sido característico. Aunque el caserío ha vivido varias fases, parece que para finales del siglo XIX era una realidad minoritaria en nuestras zonas agrícolas. Los intereses de los burgueses y señores de la época convirtieron el caserío vasco en un sistema de explotación de los campesinos trabajadores. En este sentido, hay quien defiende que entre nosotros existía un latifundio extendido o disperso.
A modo de ejemplo, tenemos los datos de un estudio realizado en 1933 durante la Segunda República Española, en el que se encontraron 376 propietarios con más de 100 hectáreas en Bizkaia y Gipuzkoa, cinco de las cuales superaban las 1.000 hectáreas. Estas grandes propiedades estaban diseminadas por caseríos y terrenos de diversas localidades. ¡Echa cuentas! La historia del pueblo trabajador vasco no comienza con los martillos de las fábricas, sino con los golpes de azada (y las matxinadas) de los caseríos.
«La historia del pueblo trabajador vasco no comienza con los martillos de las fábricas, sino con los golpes de azada (y las matxinadas) de los caseríos»