Isabel Alvarez Vispo y Mirene Begiristain: «¿Qué soñamos? Más allá del mercado alimentario globalizado»

Hay que pasar del ruido y de preguntarnos qué quemamos a compartir qué soñamos desde una rabia colectiva y constructiva.

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[El Salto]

Ursula K. Le Guin en su libro Planos Paralelos nos habla de los frin, gentes que habitan el plano frintio y que sueñan en colectivo. Sus sueños no son privados, sino que cuando sueñan, esos sueños llegan a quienes habitan a su alrededor. Soñar para las gentes de Frintia es dejar el yo y pasar al plano común, compartir. Nos habla Ursula de que muchos de los frin habitan en el medio rural, porque en las ciudades la aglomeración hace que los sueños puedan convertirse en ruido y que lejos de ser un momento de compartir se convierta en una carga, porque la acumulación del ruido vence al contenido del propio sueño.

En los últimos tiempos estamos viendo que el ruido llega cada vez más y más al medio rural. Un medio hasta ahora despreciado o apreciado únicamente como espacio subalterno al medio urbano. Ni el territorio material -tierra, agua, biodiversidad…-, ni el inmaterial -saberes, cultura, relaciones…- se apreciaban ni se valoraban. El medio rural ha sido despreciado históricamente en los imaginarios sociales; ha sido un lugar del que había que salir, que parecía que no aportaba, mientras el medio urbano se convertía en el gran faro desarrollista.

«El medio rural ha sido despreciado históricamente en los imaginarios sociales; ha sido un lugar del que había que salir, que parecía que no aportaba, mientras el medio urbano se convertía en el gran faro desarrollista»

Identificar y darnos cuenta de esta construcción social es clave a la hora de entender qué está sucediendo en el medio rural en estos meses y qué enciende los enfados de tantas personas. Además de entender estos sentires, creemos que también tenemos que ser capaces de mirar más allá del ruido y las chispas que encienden las movilizaciones -las llamadas tractoradas- y ponernos las gafas ecofeministas para analizar cómo de transformadoras son o pretenden ser en fondo, contenido y forma.

La primera evidencia es que, de repente, el medio rural se siente protagonista; se siente, al menos en algunos momentos, bajo el foco, siendo centro después de haber sido históricamente una perpetua periferia. Esto genera una lógica sensación de estar ante una ventana de oportunidad. En un contexto de gran precariedad, con nuestro sector primario ahogado de deudas y burocracia, todos y todas necesitan ser miradas, necesitan atención, pero cabe preguntarse: ¿Hacia dónde está yendo la atención? ¿Qué se está haciendo visible en este contexto de oportunidad? ¿Realmente se cambian los centros o lejos de transformar, cambiamos decorados, pero se siguen replicando o multiplicando centros y periferias?

En ese sentido, la segunda evidencia es que el gran centro de estas movilizaciones (y del propio sector) ha sido la Política Agraria Común, la PAC. Una política cuyo origen fue intentar generar autonomía alimentaria al continente europeo en un contexto de postguerra, pero que hoy en día es un instrumento cuyo eje central es el mercado, un mercado globalizado basado en un sistema profundamente injusto, en el que lo pequeño siempre pierde. En estas movilizaciones no se ha escuchado en ningún momento una petición de que ese centro cambie, simplemente, y sin parar de girar, se busca que el mareo sea el menor posible.

Es cierto que es dinero público, la mayor partida de los presupuestos europeos (alrededor del 30% del presupuesto de la UE); pero a día de hoy esa partida está regida por una lógica capitalista en la que quien más tierra tiene más recibe. En ese contexto los grandes propietarios de tierra ganan, los medianos intentan sobrevivir y los pequeños quedan fuera del reparto. Hablamos en masculino porque la propiedad, salvo excepciones, sigue estando de manera mayoritaria en manos masculinas. De hecho, solo el 30% de las ayudas van a productoras mujeres (imposible a día de hoy obtener datos de personas de género no binario), y las cantidades recibidas son más bajas, debido al modelo y escala de producción que eligen.

«Los grandes propietarios de tierra ganan con la PAC, los medianos intentan sobrevivir y los pequeños quedan fuera del reparto»

Cambio de centro

Para una transformación real es necesario un cambio de centro. El centro debe estar en los territorios y las personas que producen el alimento y no en cómo sostener un mercado que lleva a narrativas de competitividad, de acaparamiento de tierras y “recursos” (tanto monetarios como físicos), a identificar a lo extranjero como invasor, e ignorar que las fronteras funcionan en ambas direcciones y que mucho de este sector que pide limitar la entrada de producciones con origen en otros países exportan diariamente sus productos. Sin contar, además, que muchas de las producciones que provienen de Marruecos cuentan con capital del estado español entre sus principales accionistas, y que la única razón para que produzcan allí es minimizar costes (laborales, ecológicos, fiscales…) y maximizar beneficios privados.

Igualmente, girar alrededor del mercado que propone el capital supone, de nuevo, olvidarnos de la vida; supone ignorar y obviar cómo se sostiene la cadena que lo alimenta. Supone ignorar qué manos recolectan el producto, muchas veces de otras razas y demasiadas veces en condiciones precarias e incluso de esclavitud. Supone ignorar que a día de hoy sigue existiendo una figura, la ayuda familiar, que normaliza, que en un sector tan esencial como el alimentario, haya personas que trabajen gratis y sin ningún derecho. Supone ignorar que las producciones más vinculadas al cuidado de la tierra y que colocan la vida en el centro, en la mayoría de los casos, no son perceptoras de la PAC o reciben cantidades irrisorias, siendo la parte invisible entre las invisibles. A ellas nadie las mira, ni siquiera ahora, para ellas no existe ninguna ventana de oportunidad en estas movilizaciones.

El centro debe estar en los territorios y las personas que producen el alimento y no en cómo sostener un mercado que lleva a narrativas de competitividad, de acaparamiento de tierras y “recursos” (tanto monetarios como físicos)
Porque en estas movilizaciones se habla de la Políticas Agrarias, como si no tuvieran que ser Políticas Alimentarias, y se reducen los alimentos a una mercancía más, sin una mirada que incluya una perspectiva de derechos, comenzando por el derecho a la alimentación y nutrición adecuada; o una perspectiva de cuidados, entendiendo que la cadena alimentaria es parte del sostén de cuidados y por ello se encuentra en la parte invisible del iceberg capitalista. Se ha generado un apartheid agroecológico y alimentario, donde la relación con el medio rural se ha desgarrado, imponiendo desde el privilegio y las relaciones de poder un modelo agroindustrial biocida. Tanto derechos como cuidados para poder existir, han de pasar por modelos de producción respetuosos con personas y planeta y que no pueden garantizarse sin garantizar el derecho a una vida digna para todas las personas.

Además de la PAC, mucho se ha hablado en estas movilizaciones de la carga, cada vez mayor, que supone la burocracia para las personas productoras. En este punto, creemos que cabe preguntarse: ¿Quiénes se encargan de esa burocracia día a día? ¿Quiénes han tenido que oír históricamente que no eran agricultoras porque “solo hacían los papeles”? Se ha colocado en el centro la acción, en la medida en la que su carga ya no se puede resolver desde la voluntariedad y está suponiendo un coste que ya la ha convertido en visible, pero se ha ignorado (de nuevo) a quienes la han sostenido históricamente, desde el espacio privado de los hogares y sin ninguna remuneración ni reconocimiento. En el momento en el que se ha convertido en una petición importante las voces de quienes conocen bien y sufren esa labor apenas han sido protagonistas.

Se ha nombrado también lo local, los canales de comercialización cercanos, el kilómetro cero. Todas conocemos quién se ha encargado habitualmente de llevar el producto al mercado, de recoger y preparar los pedidos… Y si calculamos los tiempos que suponen las tareas de gestión y la comercialización, sabemos que son muy importantes en cualquier proyecto. Recientemente, el proyecto DUINA, que mide los costes y los tiempos de los proyectos en horticultura ecológica en Gipuzkoa (¿?), detallaba que las labores de comercialización y gestión/burocracia suponen, de media, casi el 30% del tiempo en las tareas totales.

«A día de hoy sigue existiendo una figura, la ayuda familiar, que normaliza que, en un sector tan esencial como el alimentario, haya personas que trabajen gratis y sin ningún derecho»

VIDAbilidad

Mucho se habla de conseguir producciones viables. Pero, ¿son vivibles? ¿Cómo y para quién? Desde una óptica de transformación es necesario cambiar los discursos y, colocando la vida en el centro, hablar de VIDAbilidad, para obtener una foto completa. Hablar de la viabilidad monetaria sí, pero también de si los proyectos son vivibles y también si todas las tareas que los sostienen son visibles y son valoradas. Porque hablar de esto, es hablar de: a qué tareas se les da valor; de los derechos económicos y no económicos de las mujeres baserritarras, de la titularidad de la tierra, de quien ha cotizado históricamente y los impactos que esto ha generado; de quien ha asumido los cuidados “familiares” en su totalidad, es decir, las desigualdades que se han dado dentro de la aclamada “agricultura familiar” y de la necesidad de salir de ella que todo esto ha generado en muchas mujeres para poder tener una vida propia; de los estereotipos que han tenido que superar(y los que quedan) muchas que han querido coger una motosierra o las que han ido a negociar con el maderero de turno. Y, además, hablar de todo esto, es hablar de en manos de quién queremos delegar nuestra alimentación del futuro, nuestro territorio, el medio rural al que el hambre de capital no ve más que como recurso con el que seguir saciándose.

Es hacernos la pregunta de: ¿Quién nos alimentará? Unida a: ¿Quién nos cuidará? Porque una sin la otra no encontrarán respuestas transformadoras. Nos lleva a ser más conscientes de que la producción de alimentos, cuando se realiza respetando el territorio común, es una función social y una decisión política, y supone abrir otras posibilidades para poder sostener colectivamente un relevo generacional que, hoy por hoy, está más cerca de pesadillas con cargas insostenibles que de ser el sueño de algo viable y real. La lucha por poner en valor aquellas tareas que sostienen la vida es fundamental y la alimentación ha de ser una alianza con consenso social de base.

Todo esto nos lleva al inicio, a las ventanas de oportunidad y los focos orientados hacia el sector, es ahí donde creemos que también debemos preguntarnos, dentro de las movilizaciones: ¿Quiénes y cómo las plantean? ¿Quiénes toman las decisiones y quiénes son las caras visibles?, en definitiva, ¿Quiénes deciden qué y quiénes se colocan en el centro y a quiénes colocan en la periferia, en lo invisible? En este sentido lo que vemos es que la minoría, la periferia, las invisibles en las movilizaciones son aquellas que interpelan el modelo de mercado global, a un modelo que impulsa la producción intensiva, ideada bajo el prisma capitalista de la llamada revolución verde de mediados del siglo XX, que ha llevado al sector al endeudamiento y la desaparición, y que, a día de hoy, está de vuelta con una estacada final vendiendo falsos sueños de revolución verde y digital.

Incluso las tractoradas que se manifiestan actualmente en contra de los megaproyectos en algunos territorios replican la mirada individualista (no en mi tierra), sin abordar cómo damos respuesta a las necesidades materiales (alimentarias, energéticas…) de manera colectiva y comunitaria. La minoría invisible en las movilizaciones es la que está llevando a la práctica la agroecología, proyectos vinculados al territorio, al cuidado del entorno, produciendo una alimentación sana y con una reivindicación de derechos desde la mirada colectiva, y no únicamente desde la suma de individualidades, a pesar de ser el modelo menos sostenido desde la política pública. Estas minorías siguen siendo invisibles y son excluidas en la medida en la que su centro se encuentra muy alejado de los circuitos del gran capital. La evidencia del choque de modelos está más presente que nunca.

«La minoría invisible en las movilizaciones es la que está llevando a la práctica la agroecología, proyectos vinculados al territorio, al cuidado del entorno, produciendo una alimentación sana y con una reivindicación de derechos desde la mirada colectiva»

Parches cortoplacistas

Mientras esto sucede, lo visible sigue siendo el modelo hegemónico, el que gira alrededor de la PAC, el de las grandes máquinas, el del gran mercado. Al discurso neoliberal y a las derechas más o menos extremas les favorece el trending topic, el ruido, el bulto, la bronca. Esto ha sido más evidente en unos territorios que en otros; no tanto, por ejemplo, en las tres provincias que componen la Comunidad Autónoma Vasca. Pero más allá del ruido, hemos de mirar a los intereses de fondo. De fondo vemos que hay una disputa sobre quién cuenta con la legitimidad para representar al campo, pretendiendo de nuevo contar con un único discurso que obvia la diversidad, y también una disputa sobre el sujeto al que se representa. En esta ventana de oportunidad, hay una estrategia de subir el volumen del barullo para, por un lado, escuchar la sopa de siglas correspondiente y, por otro, no ir más allá de la petición de rebajas, rebajas fiscales, rebajas en medidas ambientales, rebajas burocráticas... Parches cortoplacistas que, como ocurre con todas las rebajas, otorgan un momento extraordinario de felicidad, de creer que puedes alcanzar lo que la normalidad te ha denegado, pero que siempre son parches reservados para quienes llegan las primeras, y que finalmente perpetúan la desarticulación poniendo el énfasis en que la responsabilidad de la precariedad es de cada cual. Entonces, ¿qué impacto real va a tener todo esto en las vidas de la mayoría de las personas agricultoras? ¿De qué sirven las rebajas mientras los territorios y el sistema agroalimentario se quiebran cada día más?

En este sentido, la lógica en la toma de decisiones, las estructuras y las relaciones de poder están necesitadas de ir más allá en las movilizaciones. La transformación que nos haga soñar juntas con un futuro difícilmente vendrá de organizaciones y siglas ancladas en el pasado. Es necesario pensar en clave de proceso, e ir amasando manifiestos consensuados, elaborados para que más allá del ruido lleguen cambios de fondo, para sacudir conciencias y generar cambios que vayan más allá de movilizaciones, convertidas hoy más en objetivo que en herramienta. Aunque la PAC y el moderno patrón productivista ha incubado el gen del sálvese quien pueda, es necesario salir del individualismo y visibilizar que el sector primario no es único, ni homogéneo, y la realidad es diversa, desde la agroecología hasta proyectos familiares intensificados y más allá.

Las alianzas y estrategias colectivas no son el camino más fácil, y aunque son tiempos de urgencia, la confianza se cuece a fuego lento; de hecho, el feminismo nos ha enseñado que más allá de pensar desde la rabia individual y colectiva, la sororidad es la vía para soñar y construir propuestas más justas y democráticas; nos ha enseñado que la formación política con perspectiva feminista permite generar discursos propios que aportan, no solo al movimiento campesino y al medio rural, sino a todas las que optamos por poner la vida en el centro.

Se evidencia la necesidad de repensar la movilización y las negociaciones con propuestas que pasen por estrategias de alianzas entre organizaciones que lleven, a las calles y a la práctica, reivindicaciones y efectos a largo plazo, que apuesten por colapsar realmente el sistema, por hackearlo, con desobediencias cotidianas que rasguen el poder, que generen nuevas formas de reproducción social. Que visibilicen la centralidad de la alimentación en nuestras vidas, vinculada al cuidado, al territorio, que generen reflexión y debate práctico en lo político y lo social en la línea de propuestas como la de Nafarroa con el manifiesto por la Soberanía Alimentaria. Que permitan una transición agroecológica donde producción y consumo transiten de la mano (¡alimentación agroecológica para todas!). Movilizaciones que permitan visibilizar lo que ya estamos haciendo, porque estamos haciendo mucho, colectiva y comunitariamente, enredadas con los pocos recursos a nuestro alcance. Es necesario visibilizar que jugar en la ambigüedad, en el yo, y no posicionarse políticamente con propuestas concretas es obstaculizar. Sí, hace falta soñar colectivamente y hacer real un apoyo positivo y radical en las movilizaciones por una propuesta agroecológica feminista. Es necesario pasar del ruido, del barullo y de la pregunta de qué quemamos, surgida desde la rabia individual, a juntas, desde una rabia colectiva y constructiva, preguntarnos y compartir qué soñamos.

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